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Der folgende Artikel erschien in der kolumbianischen Tageszeitung „El Tiempo“ am 13. September 2008.


Con experimentos una escuela en Copacabana (Antioquia) atrae a los niños de la calle.

 

Cuando lo vieron por primera vez, tenía en el cuerpo varias puñaladas. Las monjas lo asistieron en su recuperación y luego lo vincularon a los talleres de enseñanza de las ciencias que imparten a los niños de la calle, como él.

Unos meses después, el pequeño abandonó las drogas y tomó la determinación de retornar de Medellín a su pueblo, en Santander.

Hoy vive de nuevo con su familia y asiste al colegio como cualquiera de su edad.

El mérito se lo adjudican, con razón, las monjas y las alumnas de la Normal Superior María Auxiliadora en Copacabana (Antioquia).

Preocupadas por la llegada masiva de niños provenientes de pueblos a la capital antioqueña, en el 2001 decidieron cambiar su forma de enseñar.

„Seguíamos formando maestros para niños y situaciones que no existían“, recuerda sor Sara Sierra, directora del plantel.

Emprendieron un acercamiento con niños de la calle para familiarizarlos con la vida escolar. La tarea tenía, además, un objetivo a largo plazo: „Queríamos romper el asistencialismo típico de llevarles comida y ropa para luego olvidarse de ellos“, recuerda la religiosa.

Las jovencitas que se educan para ser maestras les han enseñado con una metodología especial.

‚Son muy inquietos‘

„Lo más importante es valorar sus saberes previos“, señala Ángela Uribe, una joven que ha estado vinculada al proyecto desde su comienzo. Según su experiencia, también hay que trabajar por fortalecer la inclusión y no acentuar la marginalidad en las clases.

„Los niños de la calle son muy inquietos y tienen bajo nivel de concentración“, indica la maestra. El mayor reto es mantenerlos atentos e interesados.

Para lograrlo, el mejor consejo que dan expertos como Manuela Welzel y su hermano Elmar Brever, dos alemanes líderes en la enseñanza para niños vulnerables, es cautivarlos con experimentos.

„Tan pronto ven que hay materiales para experimentar, abren los ojos y se emocionan“, dice Uribe, dándoles la razón.

Y, a veces, lo difícil es hacer que paren de experimentar, señaló por su parte Brever.

Elaborar caleidoscopios, relojes solares o circuitos eléctricos les hace comprender, de una forma real, los principios de la física, que es con lo que más se entusiasman, según la hermana Sara Sierra. De hecho, al consultar con los niños, lo que más recuerdan de sus clases, siempre responden: „los experimentos“.

Pero aprender a leer y a escribir es para muchos una urgencia.

„Los que no saben, se avergüenzan“, asegura la directora de la Normal, donde acogen a niños desde los 8 hasta los 16 años.

Durante los siete años que lleva de vida el programa, denominado Patio 13, han atendido a más de 300 jóvenes. Y de ellos, unos 50 se han alejado de las drogas con las clases como único estímulo.

„Ha funcionado como una terapia de desintoxicación -agrega la hermana-. Por cualquier ser humano se justifica, hasta ultimo instante, hacer algo por él“.

El Tiempo. Fecha de publicación13 de septiembre de 2008